viernes, 29 de abril de 2011

"Traición" (Scott Westerfeld)

El cielo de principios de verano tenía el color rosa del vómito de un gato.
Por supuesto, pensó Tally, para que los tonos rosados fuesen los adecuados habría que darle al gato durante un tiempo solo comida para gatos con sabor a salmón. Lo cierto es que las nubes, que se deslizaban a velocidad vertiginosa, parecían peces por efecto del viento que les dibujaba escamas. A medida que la luz disminuía, profundos surcos de color azul oscuro se asomaban a través de las nubes como un océano puesto del revés, frío y sin fondo.
Cualquier otro verano, una puesta de sol como esa habría sido hermosa. Pero nada era hermoso desde que Peris se convirtió en perfecto. Perder a tu mejor amigo es un asco, aunque solo sea durante tres meses y dos días.
Tally Youngblood esperaba a que cayera la oscuridad.
Veía la ciudad de nueva belleza a través de su ventana abierta. Las torres de fiesta estaban ya iluminadas y serpientes de antorchas encendidas marcaban caminos parpadeantes a través de los jardines del palcer. Unos cuantos globos de aire caliente tiraban de sus correas contra el rosado cielo, cada vez más oscuro. Sus pasajeros lanzaban fuegos artificiales de seguridad a otros globos y parapentes. Las carcajadas y la música cruzaban el agua como guijarros lanzados con gran efecto, con los bordes igual de afilados que los nervios de Tally.
En las afueras de la ciudad, separada de la otra población por el óvalo negro del río, todo estaba a oscuras. Todos los imperfectos estaban ya en la cama.

jueves, 28 de abril de 2011

"Las crónicas de Narnia: La silla de plata" (CS Lewis)

Jill era una de esas personas afortunadas que no padecen de vértigo, y no le importó en absoluto estar al borde de un precipicio. Por eso se sintió un tanto molesta con Scrubb por tirar de ella hacia atrás - "como si fuera unca cría", se dijo -, y se desasió con violencia. Al ver lo pálido que se había quedado el niño, sintió un gran desprecio por él.
Para demostrar que no sentía miedo, fue a colocarse muy cerca del borde; en realidad, mucho más cerca de lo que incluso a ella le hubiera gustado. Luego miró abajo.
Comprendió entonces que Scrubb tenía una buena excusa para palidecer, pues ningún precipicio en nuestro mundo podría compararse a aquello. Intenta imaginar que estás en el acantilado más alto que conozcas, luego imagina que miras al fondo y a continuación imagina que el precipicio sigue descendiendo aún más, mucho más abajo, diez veces, veinte veces más abajo. Y después de haber contemplado toda esa distancia imagina cositas blancas que podrían confundirse a primera vista con ovejas, pero en seguida se distingue que son nubes - no pequeñas espirales de neblina sino nubes enormes, blancas e hinchadas, que en sí mismas son tan grandes como la mayoría de montañas.

"Crepúsculo" (Stephenie Meyer)

Nunca me había detenido a pensar en cómo iba a morir, aunque me habían sobrado los motivos en los últimos meses, pero no hubiera imaginado algo parecido a esta situación incluso de haberlo intentado.
Con la respiración contenida, contemplé fijamente los ojos oscuros del cazador al otro lado de la gran habitación. Éste me devolvió la mirada complacido.
Seguramente, morir en lugar de otra persona, alguien a quien se ama, era una buena forma de acabar. Incluso noble. Eso debería contar algo.
Sabía que no afrontaría la muerte ahora de no haber ido a Forks, pero, aterrada como estaba, no me arrepentía de esta decisión. Cuando la vida te ofrece un sueño que supera con creces cualquiera de tus expectativas, no es razonable lamentarse de su conclusión.
El cazador sonrió de forma amistosa cuando avanzó con aire despreocupado para matarme.

miércoles, 27 de abril de 2011

"La Mansión de los Abismos" (Joan Manuel Gisbert)

Cuando Gundula Erfurt recibió el mensaje de Clément de Brienne quedó sumida en una turbadora indecisión. No era para menos: a su gran inexperiencia con los hombres se unían, agravándola, su condición de extranjera y la misteriosa aureola que envolvía a su comunicante.
Clément de Brienne tenía un modo extraño de mirar a las mujeres. Las observaba a distancia, como a través de un espejo, fijamente, con una cierta ansiedad, pero sin pronunciar una sola palabra.
De mediana edad, su principal atractivo residía en la mirada, servida por unos ojos verdes que acariciaban, y en su aspecto general, pulcro y cuidado, al que una elegancia algo anticuada presentaba singular realce.
En aquellos primeros días de verano de 1914, Brienne parecía llevar en París una vida retraída y solitaria que no le impedía, sin embargo, frecuentar ciertos ambientes mundanos y noctámbulos.
Se dejaba ver, con asiduidad, en las recepciones de diversas embajadas, en fiestas privadas de los círculos extranjeros, en el teatro de la ópera y en exposiciones y galerías de arte. Parecía tener predilección por las obras de carácter tenebroso.
Iba siempre solo y se mantenía e hermético silencio. Evitaba cuidadosamente los centros de atención de las reuniones. Deambulaba procurando pasar tan inadvertido como fuese posible.
No obstante, su extraño porte y su actitud distante habían despertado habladurías. Pero siempre salía airoso al ser abordado por quienes pretendían averiguar algo acerca de él. Murmuraba alguna excusa amable para disuadir a los curiosos y, con sumo tacto, rehuía hablar de sí mismo y llevaba la breve conversación hacia temas impersonales que pronto se agotaban.

"Diario en un campo de barro" (Ricardo Gómez)


"No escuches", me dice a veces la médico, cuando las mujeres gritan entre lágrimas lo que ha sido el viaje hasta este campo. Cuentan tantas cosas, y tan duras, que es imposible no escucharlas. La primera vez me quedé horrorizada, pero poco a poco me voy acostumbrando. Algunas de estas personas salieron de sus casas hace seis meses y han estado vagando por ahí. En el camino han perdido en ocasiones a un hermano, a un padre, a un hijo... Cuentan que, cuando han podido, les han enterrado y han seguidosu camino. A las mujeres, sobre todo a las jóvenes, las han sometido a todo tipo de humillaciones. Así que sé lo que me podría haber pasado a mi, a una chica de mi edad. 
Me gustaría contar cosas agradables. Estoy a gusto con Meri. Nos vemos muchas tardes, cuando acabamos de trabajar. Creo que es una auténtica amiga y que puedo aprender mucho de ella, no sólo inglés. Es una de las pocas personas que rebosa algo parecido a la felicidad.[...]Viene de una ciudad llamada Prizren. Fue de las primeras personas en llegar aquí, aunque estuvo cinco meses en el pueblo vecino, antes de que se abriera este campo de refugiados.

"Las crónicas de Narnia: El león la Bruja y el Armario" (CS Lewis)

La niña se quedó atrás porque pensó que merecía la pena intentar abrir la puerta del armario, aunque estaba casi segura de que estaría cerrada con llave. Ante su sorpresa se abrió con facilidad y cayeron al suelo dos bolas de naftalina.
Al mirar dentro, vio varios abrigos colgados, que en su mayoría eran largos y de piel. No había nada que a Lucy le gustara más que el olor y el tacto de la piel, así que se metió rápidamente en el armario, se cobijó entre los abrigos y restregó el rostro contra ellos, dejando la puerta abierta, desde luego, porque sabía que era una soberana tontería encerrarse en un armario. No tardó en introducirse más en él y descubrió que había una segunda hilera de abrigos colgados detrás de la primera. Estaba muy oscuro allí dentro, así que estiró los brazos para no chocar de cara contra el fondo del armario. Dio un paso más, luego dos o tres, esperando siempre palpar el fondo de madera con la punta de los dedos; pero no lo encontró. 
"¡Madre mia! ¡Este armario es enorme!", pensó Lucy, avanzando más aún a la vez que apartaba a un lado los suaves pliegues de los abrigos para poder pasar. Entonces notó que había algo que crujía bajo sus pies. "¿Serán más bolas de naftalina?", se preguntó, inclinándose para palparlo con la mano. Pero en lugar de tocar la dura y lisa madera del suelo del armario, tocó algo blando, arenoso y súmamente frío.
Al cabo de un instante se percató de que lo que le rozaba el rostro y las manos ya no era la sueve piel, sino algo duro y áspero, incluso espinoso. Y entonces vio que había una luz más adelante; no unos cuantos centímetros más allá donde debería haber estado la parte posterior del armario, sino bastante más lejos.Algo frío y blando le caía encima, y no tardó en descubrir que estaba de pie en medio de un bosque en plena noche con nieve bajo los pies y copos cayendo desde lo alto.